Hay veces que sientes que llevas un tiempo muy tranquilo y de pronto te ves en la necesidad de hacer algún experimento y ponerte de alguna forma a prueba. Esto me sucedió el otro día. La Finca está a 15 km de una famosa montaña, el cerro Chirripó. Se me ocurrió que como entrenamiento de resistencia de la semana podía subir a la cumbre durante la noche (20 km de recorrido, 3800 m de altitud) para descender durante el día (lo mismo, cuesta abajo). Así empecé a las 19.30h el ascenso, y poco a poco fui subiendo. A pesar de la luna llena, apenas se veía y, aunque la linterna frontal ayudaba, más de una vez me metí en un lodazal y tuve que agarrarme a las rocas laterales para seguir avanzando. La cuestión es que después de subir y subir, a las 00.30h el cansancio empezaba a hacerse notar, y aún no había llegado a la mitad de la subida. A las 01.30h noté una pequeña molestia en la rodilla y decidí volver al km 7, donde había una pequeña estación con tejado y podría dormir hasta el amanecer, para bajar de vuelta.
Mientras subía, pensaba que no me podía rendir, que era entrenamiento mental, que el cansancio no era real, que lo llevas en la cabeza. Pero hay veces en que hay que hacer caso al sentido común y no arriesgar la integridad. Lo que pensé en cuanto me dolió la rodilla fue que prefería poder seguir corriendo durante el viaje y no lesionarme aunque en esta ocasión no viera la cumbre.
Bajé de vuelta. Llegué a la estación, puse una bolsa de plástico para no helarme contra el suelo y me tumbé a descansar. A pesar del frío y la humedad de la montaña logré dormir, hasta que a las 03.30h me despertó una luz. Los trabajadores subían al hotel de la cumbre. Me contaron que pasaban una semana arriba, otra en el pueblo, y así se turnaban unos y otros. Cada semana subían o bajaban el cerro. Después de haber caminado hasta el km 9, sentí una gran admiración por estas personas. Mientras ellos se tomaban el café, volví a dormirme. Alguien me trajo una manta y me la puso por encima, y yo medio dormida le di las gracias y una bendición desde el corazón. Cuando los trabajadores se fueron, el chico que llevaba la estación se acercó y me invitó a pasar adentro. Me dijo que no podía ver a nadie durmiendo al raso habiendo camas de sobra. Me insistió, y lo cierto es que ahí fuera hacía un frío del demonio.
Cuando te enfrentas a las situaciones más incómodas y molestas, a tener hambre, a pasar frío, aunque sea porque te da la gana o por no haber pensado bien las cosas, realmente te estás encontrando contigo misma y con tus necesidades más básicas. Quizás sea innecesario pasar por ello, pero en verdad exponerte a la incomodidad es una forma realmente eficaz de aprendizaje, y te lleva a valorar más que nunca lo esencial y más básico, que por lo general tenemos cubierto (afortunados nosotros). Esa noche me dormí conversando con el muchacho que me había acogido, y me sorprendí encontrando a una persona tan especial, bella y sencilla. Al día siguiente me desperté con una taza de colacao y unos bollos al lado.
Mientras bajaba la montaña pensaba en las tonterías que a veces hago para ponerme a prueba, pero a la vez llena de amor por el mundo porque, por muy mal que me busque la vida, suceden otras cosas maravillosas que me llenan de energía y amor. Y entonces siento que el mundo es un buen lugar, al fin y al cabo, y volveré a tener aventuras, porque si no le das un hervor a la sangre se te echa a perder en la cazuela.