Este viaje empezó hace tiempo. No fue consciente, o quizás justamente empezó cuando por primera vez abrió los ojos la conciencia. Tenía entonces cuatro años, y me sorprendí de la existencia de las nubes allá en lo alto, y no comprendía por qué yo estaba sujeta al suelo. El viaje hacia mi camino empezó también hace un tiempo. Yo era poco más baja que ahora, vivía en Irlanda y un día creí conocer un secreto; se esconde en el océano una isla en que las cosas tienen sentido, la gente vive tranquila y yo estoy a gusto. Empecé a buscar ese lugar.
Pero este viaje en concreto empezó como la búsqueda de la libertad. Ir sin planes, dejarse llevar. El gran reto, contar en forma de historia lo que me iba pasando, física y mentalmente. La gran encrucijada llegó en el capítulo octavo... ¿cómo contar de forma pública algo tan íntimo como el amor? Pero ese era el trato. Y ahora pensé, si cuento lo bueno, también tengo que contar lo malo. La única forma de cambiar el mundo es cambiarse a uno mismo como ejemplo. Yo creo en la liberación del individuo; creo que lo mejor que puedes hacer con tus miedos es perderlos, y con la vergüenza, igual. Una vez me dijeron que me tenía que aprender a comportar; no llamar la atención. ¡Y es verdad! Casi siempre soy prudente, no me meto en situaciones peligrosas. Pero, queridos amigos, soy como soy y me ha costado un buen trabajo aprender a comprenderme y respetarme, así que no voy a tirarlo por la borda. Puede que a primeras intente no llamar la atención, pero si tengo ganas de hacer algo, mi corazón va primero.
Quizás sea arrogancia, quizás sea innecesario contar todo esto, pero para enfrentarte a una situación así necesitas ser fuerte, más incluso de lo prudente, porque sino puedes sucumbir a la presión. A veces la fuerza la llevas dentro; otras veces la encuentras en otra gente cuando sabes que no estás sola. Hoy no hablo por mí, hablo por todas las mujeres que viven y soportan esto día a día.
Hubo una vez que tuve un novio. Un día discutimos por algún motivo irrelevante. La cuestión es que él quería que lo acompañara a la calle y yo sólo quería estar sola y lejos de él y que se me pasara el enfado. No me gusta enfadarme. Siento en mi cabeza una tormenta y me gusta notar mi paz. Pero él no escuchaba. Después de varias veces pidiéndole que me dejara tranquila me agarró por las muñecas y me dijo "tú te vienes conmigo a la calle". En el instante en que su piel me rozó algo estalló en mi cabeza y me convertí en animal. Son contadas las ocasiones en que esto me ha sucedido a lo largo de mi vida. Le gruñí, enseñé los dientes y repetí en voz baja que me soltara. Pero él no escuchaba. "No te suelto hasta que no digas que vienes conmigo a la calle". Después de diez minutos explicando los motivos por los que no iba a ir, aprisionada entre la espada de sus manos agarrándome y la pared contra la que me sujetaba, sólo sabía gruñir y repetir que me soltara. Pero él seguía sin escuchar. Las palabras, las preguntas, las órdenes se repetían y él nunca aprendió a escuchar. Los niños caprichosos sólo se oyen a sí mismos. Pero mi lobo se había despertado y estaba furioso. Cuando me sentí realmente acorralada alcé la rodilla para golpear un cuerpo que a mi lobo le daba repugnancia, y cuando sus brazos trataron de abrazarme mordí lo más fuerte que supe. Él se reía, y su risa me encendía las entrañas.
Cuando se fue, porque al final se fue, mis manos temblaban. Nunca había sentido una ira tan intensa. Recordé que una vez una hermanita salió en camilla del campo, pero ebtq rugby es distinto; sabes que siempre puede pasar. En la vida, si hay alguien que quiere decirte lo que debes hacer, tu única respuesta sólo puede ser alejarte de su camino. Sin respeto no hay trato. Ni ahora ni nunca. No estoy orgullosa de mi reacción. La violencia nunca es solución, y perder los nervios es una forma de perderse a uno mismo. Pero cuando notas tu libertad, tu cuerpo, tus decisiones en peligro, debes defenderlo. Lo que me paré a pensar a raíz de esto fue que yo había sido afortunada, porque soy fuerte y sé dónde está mi lealtad; siempre conmigo. Pero, ¿qué hace cualquier otra persona que no es como yo y puede sentir miedo y culpa por reaccionar con ferocidad, cuando siempre ha sido educada en la obediencia y en la sumisión? Y de pronto noté algo en mi pecho. El dolor de la impotencia. Cuántas mujeres viven su día a día temiendo alzarse, temiendo por su vida y la de sus cachorros, temiendo perder a su familia, lo único que puede creer tener. Y sé que pasar por esto me ha demostrado la importancia de sentirse fuerte, de sentirse capaz de todo, de no tener miedo, y la necesidad de compartirlo es mayor que la pena de dejar que la gente me conozca.
Porque compartirnos nos hace más fuertes; crea conexiones a través del espacio y el tiempo y un día cuando otra persona se sienta entre la espada y la pared, no sentirá miedo, ni vergüenza, ni impotencia. Quizá no tenga un lobo dentro que muestre los dientes, pero con suerte sabrá demostrar su fuerza e, implacable, aquel que la agarre sentirá pena por sí mismo y por haber violado la promesa silenciosa de respeto que debió hacerse a sí mismo cuando estaba furioso y no lograba lo que deseaba. El amor es un arma cargada de futuro; la única forma de cambiar el mundo es aprender a quererse y respetarse a uno mismo, conectar con otras personas y sentir parte de ti el lugar en que vives. El secreto no está en lo que haces; tu historia se ha contado mil veces y se seguirá contando cuando no estés. La diferencia la marcas con tu huella, tu influencia. Ese es el secreto que jamás se cuenta. Eso, y tus sueños. La misma fuerza que necesitas para enfrentarte a alguien será imprescindible contigo misma, para no perderte por el camino. Un día nos libraremos del miedo, de la vergüenza, seremos transparentes y con la fuerza de los valientes nadaremos tan a gusto surcando las venas de sangre que mecen nuestra inquietud. La fuerza de la vida es imparable, y el electrón nunca dejará de girar.