Una vez me contaron una historia y desde entonces siempre me ha acompañado y me ha enseñado a confiar y tener fe en el universo. Esta es la historia de un hombre joven que viajó una vez. Durante varios meses disfrutó de sus ahorros saliendo de fiesta y celebrando la vida. Pero hubo un día en que se quedó sin nada más que tres cosas: un billete de autobús, una moneda de 50 centavos y una manta para el frío. Como no tenía nada mejor que hacer, subió al bus y aprovechó su boleto para ir a ver el mar. Mientras viajaba, el hombre joven pensaba que quizás se moriría, pues no le quedaba nada y su familia y su hogar estaban lejos, mar adentro. Así pues, pensó en Dios y le dijo "Dios mío, si estás ahí te ruego que me concedas mis últimos tres deseos antes de morir: deseo techo, comida y dirección". Y el bus llegó a su destino y el hombre joven bajó. Sintiendo hambre, se acercó a un vendedor de pan y le preguntó qué podía venderle a cambio de sus 50 centavos. El vendedor le dio un bollo y le preguntó si acaso eso era todo lo que tenía. El hombre le contó su historia, y al acabar el vendedor le preguntó a dónde se dirigía. El hombre joven señaló la playa. "¿Pero tú tienes dónde dormir?", y el hombre joven negó. Así que el vendedor se lo llevó a su casa con él y le ofreció un puesto como ayudante de construcción junto a él. Lo acogió en su casa y le dio de comer.
Así fue que el hombre joven, habiéndose sentido al final de su vida, pidió tres deseos y el universo se los concedió. Cuando viajas, te expones al peligro, al hambre, al frío, al miedo, pero inevitablemente hay cosas increíbles que suceden en mitad de todo esto. Este hombre se llamaba Wayne, lo conocí en Nueva Zelanda y compartimos un viaje y varias canciones con el acordeón. Él fue de las primeras personas que me habló de la magia.
En este viaje me he visto expuesta de una forma parecida en varias ocasiones, e inevitablemente han sucedido cosas increíbles que me han llenado de agradecimiento, amor y humildad. Y una paz enorme que cuida de mis emociones. En la cuarta jornada de mi viaje al norte mi plan era subir Nicaragua, cruzar Honduras y atravesar el Salvador para llegar a la capital. Eran muchos los kilómetros de distancia y yo contaba con largas horas de viaje. De bus en bus, de línea en línea, tuve tiempo a observar los paisajes cambiantes y a las personas que se desplazaban conmigo. En el bus de Estelí a Somoto tuve ocasión de escuchar en directo al predicado Luis Miguel López leyendo la palabra de Dios. Este hombre vivía su discurso con pasión y me gustó escucharle. Detrás de cada persona apasionada se esconde el amor por lo que hace y eso se contagia fácil.
Al cruzar la frontera a Honduras me senté a esperar que se llenara el microbús de los que llevan a San Marcos de Colón, para seguir la ruta. Allí conocí a un chico que venía en el mismo bus, que llamó a un taxi para evitar una espera de tres horas hasta que el minibús se llenara. Compartíamos camino y nos sentamos al lado en el siguiente autobús. Como suele suceder, nos fuimos contando la vida y compartiendo pensamientos. Yo estaba un poco preocupada, porque aquí los buses tienen sus últimos servicios a las 4 y, faltándome un buen recorrido, eran ya las 2 y no creía alcanzar San Salvador. Buscando alternativas para quedarme por el camino, después de un rato el chico me ofreció quedarme en la casa de su familia esa noche para continuar al día siguiente sin apartarme del camino. Llegamos a su casa, donde un montón de niños corrían por el campo de atrás. Su familia me invitó a sentarme e hicieron café. Hablando y hablando, acabamos hablando sobre rugby, y como no sabían lo que era saqué mi balón. Entonces llegó uno de los críos y me preguntó que cómo se jugaba. Así, de un momento a otro, me vi organizando un entrenamiento para unos chavalitos en Honduras y acabamos jugando una tocata.
Te ves en una situación difícil. Te dejas llevar y algo sucede. Te dejas llevar más y de pronto te ves sumergida en un momento mágico, y guardas la sensación en un tarro de felicidad que capture tu Aquí y Ahora. Hay que tener muy bien entrenada la intuición, porque sin querer puedes conducirte a una situación peligrosa y la diferencia es un pequeñísimo matiz que no se ve, sino se siente.
Un paseo conociendo la ría de San Lorenzo, unas compras en el mercado y un rato después tuvimos la sesión de cocina española preparando una tortilla. Unas canciones con el acordeón y unos dibujos de regalo que me robaron el corazón. Aquella noche, mirando el techo, mientras me diluía en sudor en la noche más caliente que he vivido nunca, pensaba en las vueltas que da la vida y recordaba la historia de Wayne, sus tres deseos y la certeza de que la magia surge cuando de verdad crees en algo y sin querer lo creas.