El olor a salitre tiene algo especial. Quizás es como la brisa; esa cualidad suya por enredar el pelo y hacerlo pasar por indomable. Así las ideas, enredadas y desorganizadas, encuentran el lugar en que sentirse a gusto y ahí se quedan. Al llegar a San Juan del Sur la sensación fue un poco así, de caos y movimiento que han agarrado la postura y se mecen en una hamaca. Y además de eso, de pronto me vi acogida por una segunda familia que me aceptó como a una más, me cuidó como a una reina y me ofreció un trabajo. Uno de esos momentos de suerte en que el camino te regala techo, comida y dirección.
Aprovechando el fin de semana me fui a conocer Ometepe, aquella isla con dos volcanes responsable de que naciera esa primera idea de conocer Nicaragua. Para cuando me di cuenta se me escaparon todos los miedos y me fui a la isla. Al viajar por un país que empieza a desarrollar su lado turístico puedes ver cosas terribles y otras muy hermosas. Por suerte, van ganando las últimas. Así conocí a doña Edelma, una mujer con la que compartí el atardecer y un buen puñado de pensamientos, ideas y sueños. Primera noche en la isla alzando el hocico al cielo a ver las estrellas.
Una amiga me dijo una vez que el camino cuesta abajo es más fácil, pero nunca te llevará a la cima. Desde entonces, ella no ha dejado de crecer, y su fuerza me inspira trabajo, pasión y movimiento. Cada día es un desafío y una nueva oportunidad de superar tus límites. Así empezó la subida al volcán Concepción, entre aullidos de monos y canciones de pájaros. Ramón, guía local del pueblo de Altagracia, me acompañó en la travesía, mostrando los secretos naturales de plantas, flores y fauna del volcán. En esta excursión recordé la importancia de concentrarse en el aquí y ahora, en el bienestar del cuerpo que se recrea en el esfuerzo. No hay prisa por llegar, decía, pero mientras subíamos piedras y piedras el ritmo constante marcaba nuestros pasos.
Amanecí con el sol y siguió la ruta por la isla con mi nuevo amigo Ramón, que me acompañó a mostrar las riquezas arqueológicas del lugar. Leyendas que se cuentan, historias que se dejan imaginar,... y el camino de nuevo sola, compartiendo carretera con vacas, cerdos y gallinas. Tesoros que te encuentras en la naturaleza. Una piscina en el bosque, el Ojo de Agua, y el camino entre bananos que me condujo a la increíble playa de Santo Domingo. Momento perfecto, lugar idóneo para debutar en el club de los 500 abdominales con mi primer entrenamiento épico del viaje.
Y de pronto la hiena se rio a carcajadas, dos chicos jugando con un balón, mi valentía por las nubes y sin saber cómo me vi metida en un partido de fútbol en la playa con un puñado de chavales de todas edades y condiciones. Y el sol se puso.
Una vez pensé que siempre sola y siempre a gusto. El hechizo va perfilándose y las ideas encajan a través de planes que se hacen solos. Está bonito dejarse llevar, ¿no? Dicen que el camino cuesta abajo es más fácil, pero nunca te llevará a la cima. Allá en lo alto arde un volcán de fuego, y en el horizonte uno de agua. Sigo caminando, observando desde la orilla lo que sucede en la superficie. A veces, me sumerjo y poco a poco me adentro en las entrañas de un océano impredecible, emocionante, peligroso y desconcertante. Enfrentándome al miedo a la incertidumbre.