No tengo muy claro por qué he venido a Nicaragua. Desde luego, fue siguiendo una corazonada. Saber que no era de esos países que salía cada día en las noticias por los conflictos, ni en las conversaciones de los viajeros. Encontré un par de proyectos interesantes que quise conocer. Un encuentro con la poesía nicaragüense a través de la Ecopoesía. Luego me dirían aquello de "Nicaragua, tierra de volcanes y poetas".
Cuando decía que iba a venir aquí de viaje encontré a mucha gente que arrugaba la cara. Desconfianza, miedo a ese lugar llamado Centroamérica y cautela ante lo diferente. Al llegar aquí, sentí por primera vez en mi vida la impresión que causa ser diferente. Juicios, ideas y opiniones que pinto con el color de mi piel. Prejuicios que arrastran ellos tanto como nosotros, que arrastramos nosotros tanto como ellos.
Llevo un solo mes aquí. Un único mes en que he sido viajera, turista, recepcionista, escaladora de volcanes, nadadora, surfeadora de espumas del Pacífico, niñera, limpiadora y tendedora de sábanas, pensadora, profesora de inglés, fonetista acústica del dialecto español nica, probadora de pasteles en fase experimental, acordeonista de ambientación, escuchadora de historias y a veces simplemente yo.
A lo largo de este mes he tenido la oportunidad de ver las grandes diferencias y mayores similitudes. Esto no es tan distinto. He encontrado gente que trabaja duro cada día y otra que simplemente acude al trabajo. Gente que sueña con ahorrar y montar su propio proyecto y otra que piensa en servir la próxima cerveza. He encontrado gente que viaja por placer, otra por conocer lugares, alguna que busca las mejores olas o que solo busca vivirlas para contarlas. También he encontrado gente que viaja buscando su lugar en el mundo. He conocido a gente sencilla, a personas con corazones bellos y complejos. He compartido miradas cómplices, miradas cansadas, buenos días de verdad y buenos días por cumplir. Me han regalado números de teléfono, conversaciones en la piscina y pastel de zanahoria con glaseado; galletas para hacerme feliz, gallo pinto con pollo y fresco de tamarindo. Estoy a un tercio del viaje y ya soy rica, increíblemente rica en nuevas experiencias, energía e ideas cocinadas a fuego lento. En un solo mes he comprendido mejor lo que quiero que en los largos meses hechos rutina. Vine a vivir otra cultura y me llevo una fortuna en una sangre que fluye distinto. Dicen que al caldo hay que darle un hervor para que no se eche a perder; con la sangre pasa igual.
Cuando vine aquí mucha gente me advirtió del peligro. Y es verdad. Aquí hay guardias de seguridad armados con metralletas a la puerta del banco. Historias de abuso en primera persona. El machismo es parte de la cultura, como lo es en nuestras generaciones mayores. Contrasta la libertad del varón, la desvergüenza y la falta de pudor con la actitud de la mujer; no es sorprendente hallar a un hombre echado en la calle durmiendo la borrachera. Cada vez que salgo a correr encuentro cinco posibles maridos potenciales. Los hombres no tienen filtro, según lo piensan lo están diciendo.
Creo profundamente que el origen de la violencia está en nosotros mismos. Si no te respetas a ti, a tu cuerpo, a tu forma de vida, es difícil que respetes al prójimo. Pero si no te han respetado antes, no tendrás un precedente del que fiarte, y nada es tan difícil como transgredir ideas. No es fácil aspirar a convertirte en algo grande cuando apenas tienes margen para pagar comida y techo. Es impensable viajar, vivir situaciones diferentes si a los veinte años tienes dos hijos. Es prácticamente imposible salir fuera de tu país si ganas un sueldo de 130 $ al mes.
La pobreza es una enorme yaga que nunca se cierra. El complejo de ser pobre se cierne sobre todos aquellos que tienen conciencia del dinero; que saben lo difícil que es ganarlo y lo fácil que es perderlo. El miedo a no tener suficiente te ahoga y te espera detrás de las esquinas. Aquí he visto a gente que sobrevive con lo mínimo. En un país con una temperatura media de 26ºC los jerséis, las mantas y las calefacciones no existen y los mangos y los bananos se pudren en los parques. La tierra es abundante y nos proporciona techo, comida y dirección, siempre que sepamos encontrar donde sobra. He visto estudiantes sobrevivir en Salamanca con 20 € a la semana, pagar sus facturas, comprar material para clase y ahorrar para una cámara de fotos. O salir a emborracharse los fines de semana. Aquí veo gente que vive con 100 € al mes y que ahorra para ayudar a su familia. O que gasta más de lo que tiene. En España hay familias con dos padres que trabajan para pagar el alquiler, las facturas, la hipoteca y poco les queda para comer. Gente que trabaja duro dos años durante 16 horas al día para gastárselo en cuatro meses. ¿De verdad somos tan distintos? El dinero controla el mundo, nuestras emociones y la gestión de nuestros sueños en España, Nueva Zelanda o Nicaragua, y nos hemos olvidado de que el dinero viene y va y que nosotros creamos aquello en lo que creemos. ¡Somos plastilina! Si nos guardamos en un tarro, nos embotellaremos y nos saldrán esquinas que hacen daño, nos dolerá todo el cuerpo cuando salgamos a volar. Pero una vez abramos las alas, el viento nos marca el camino. ¡Hasta el infinito y más allá!
Lo que me llevo de San Juan me lo guardo en el corazón. La impotencia de ver el trabajo mal pagado a nivel de un país. La tristeza de encontrar un lugar, como otros tantos, en que no se venden libros. Los bolsillos llenos de amor por lo bien cuidada que me he sentido. Humildad hasta las nubes y agradecimiento a este pueblo en que he recuperado la perspectiva.