Uno de los pasos para hallar el camino hacia tus deseos consiste en encontrar tus pasiones. O sea, buscar y motivar lo que mueve tus entrañas.
Recuerdo las semanas que viví en Raglan como probablemente uno de los periodos más felices de mi vida. El día a día era un estímulo constante, físico y mental. Y de tan a gusto que estaba, emocional. Cada día me despertaba regando las plantas, atendía las tareas de ese día con David y llevaba a cabo mi rutina: cuidar a las gallinas, comprobar que las plantas estaban a gusto y llevar el compost de todo el hostel a la compostera. Cada tarde surfeaba.
Fue durante aquella época que empecé a plantearme seriamente algunas cuestiones e incoherencias de nuestra vida. He de admitir que ya desde cachorro invierto una gran cantidad de tiempo en pensar, pero en Raglan encontré las circunstancias perfectas para que muchas de esas ideas incipientes maduraran y llegaran a alguna conclusión. O lo que es más, que no llegaran a ningún lado y crearan una inquietud.
Regar las plantas durante dos horas y media cada día fue un factor fundamental. Es una cantidad descomunal de tiempo invertido en cuidar a la tierra. Dicen que el acto de amamantar a un bebé crea unas hormonas (o posibilita que se puedan segregar durante el crecimiento) que inhibe la violencia. Quizás sucede lo mismo cuando riegas plantas; creas un vínculo que inhibe los comportamientos violentos. Al menos si las riegas bien y esperas a que tarden tres segundos en absorber el agua.
Durante muchos días seguidos observé, cada vez más sorprendida, la cantidad de plástico que desechábamos a diario en el hostal. Más o menos cuatro papeleras con los diferentes plásticos que allí separábamos. ¡Y eso que era un hostal ecológico! Se supone que allí iba gente con conciencia. Frente a esto, tuve mi primer encuentro con la pila de compost. Todos los desechos orgánicos van a aparar a esta pila, desde espinas de pescado a arroz pasado a mondas de naranja. Las cáscaras de huevo las echábamos en las granjas de gusanos, otros fantástico invento donde crías y alimentas gusanos y obtienes de sus excrementos un abono excelente. La pila de compost es una lasaña de tres capas que se apilan sucesivamente. Primero encontramos la materia orgánica (lo que echamos al cubo de la basura), que tiene alto contenido en carbono; luego ponemos una capa vegetal, que en Raglan era hierba cortada, pero puede ser cartón, por ejemplo), que tiene un montón de nitrógeno;: finalmente lo sazonamos con agua, que hace que la última capa no vuele, regula la temperatura del compost y ayuda a los organismos a alcanzar toda la masa (es decir, a que se pudra antes). Semana a semana volteábamos la pila de compost para evitar que la temperatura se elevara demasiado y pocoa poco se iba haciendo la magia. La gran maravilla venía después de tres meses, cuando tenías en tu compostera un abono casero, salido de los restos de un hostal, listo para dar de comer al huerto.
Día a día trabajábamos con dos situaciones. Por un lado, la ingente cantidad de plástico con destino desconocido en el que básicamente preferimos no pensar para dormir a gusto. Por otro, la maravilla de la vida y el poder regenerador de la tierra y su capacidad de crear desde el desecho y de transformar. Es así, la energía no se crea ni se destruye, solo se transforma. Y, al final, la materia también. Sus componentes varían pero la esencia solo deja de llamarse de una forma para darse a conocer de otra.
Los que me conocen saben de mi lucha continua contra el plástico. No estoy en contra de él, sino de su uso inadecuado. Es un material con fantásticas posibilidades, pero, amigos, ¡tenemos que aprender a usarlo! En Nicaragua viví desde dentro esa forma de ver el plástico como algo que viene y va sin problemas. Y cada vez me destroza más la ignorancia ante su verdadera naturaleza, la pasividad ante su poder de destrucción. Hay numerosos documentales que muestran lo que está sucediendo en el Pacífico. Yo he visto playas llenas de botellas... ¡no es más limpio el que más limpia, sino el que menos ensucia! He visto carreteras con latas apiladas a los lados... he nadado y me he encontrado bolsas, paquetes, envases. Pronto será tarde, ¡necesitamos empezar a creerlo de verdad!
Al venir a esta granja en que estoy viviendo ahora mismo, en Rivas, San Isidro, Costa Rica, me pidieron que intentara reducir el consumo de plásticos. Recordé la historia de Raglan, y quise compartirla. Esto remueve mis entrañas. Me apasiona hasta lo más profundo de mi ser. Es un motivo por el que vale la pena luchar, la hiena me lo dice, y es por eso que he querido hablar de este concepto del compostarianismo, aquel que intenta reducir el consumo a aquellos alimentos que se pueden echar a la pila del compost, y que vienen envasados en materiales compostables.
No me mueve el activismo que solo pide dinero, aunque hay grandes organizaciones que es lo que más necesitan, gracias a un montón de gente que ya les regala su tiempo y energía. Esto es el principio de una pequeña revolución, de esas que pueden ser llevada por todos y para todos. Solo si sabemos ver y nos abrimos a sentir. Desde hoy, para mañana.
[no los conozco de nada, pero es una buena página con información al respecto: www.elplasticomata.com]