No es droga, es amor
Al principio, te sorprende. Es como una droga. Siempre quieres más. Solo sabes hablar de rugby, solo piensas en entrenar, en jugar, en crecer cada día un poco más y no hay límites. ¡No hay límites! Nunca te habías sentido tan libre, tan feliz de darlo todo, sin miedo porque no hay nada que perder. Al principio, te engancha de una forma que nunca nada te ha enganchado. Cada día de entrenamiento despiertas emocionada porque esa tarde vas al campo, vas a verlas a ellas, vas a jugar. Poco a poco, pase a pase, aprendes que es mucho más que un deporte. Aprendes, más que en ningún otro lugar, que cuanto más das, más recibes a cambio. Cuanto más duro entrenas, más te diviertes el día de partido. Cuanto más crees en tus compañeras, más fuerte es vuestro lazo. Cuanto más te implicas, más crece el equipo, el deporte, esta forma de vida. Pasan los años. Cada vez que me voy de una ciudad, dejo atrás un equipo. Es curioso, porque aunque soy muy visceral, no sé echar de menos. Forma parte del proceso, te mueves y la gente viene y va. Pero el rugby me enseñó a echar de menos. Cuando formas parte de una manada y abandonas al grupo, a veces te sientes un poquito sola. Aprendí a aullar a la luna y seguí buscando el camino. Cuando me fui, sabía que lo iba a extrañar. Irme al campo prontito para ver el atardecer castellano tras los palos. El sonido de las risas. Los tacos sonando por el pasillo. Meter y sacar el material. Lanzar mil millones de touch en busca de la perfección. Placar y levantarte. Placar y levantarte. Limpiar el ruck y de nuevo a defender. Placar y levantarte. Y físico para acabar. Monguer day de regalo para un equipo de gente con problemitas. Llega un momento en que deja de sorprenderte. Aprendes a disfrutar cada momento, porque sabes que la lesión espera a la vuelta de la esquina y nunca sabes qué puede pasar. Un día descubres que no es una droga. Esto es amor, el amor del que sale en las películas. Amor del duro, del que se te mete dentro y te deja loco. Amor del que habla la gente que se hace mayor, del que dicen que, si es el primero, nunca se olvida. Del que te enamoras cada uno de tus días. Después de años, una semana sin rugby basta para que sientas que quieres entrenar, jugar, sentir un balón en tus manos de nuevo. Amor del güeno. Llorar los días que lo echas de menos y soñar por las noches con volver a tener un equipo con el que darlo puto todo. |