Hay un pequeño matiz diferencial entre hacer las cosas por obligación y hacerlas por placer. Leí en algún lado que la felicidad consiste precisamente en hacer las cosas buscando disfrutarlas. Me lo dijo un profesor que me enseñó a enseñar, me lo dijo una jugadora de rugby que entendió la esencia del juego, también me lo dijo alguna que otra ingeniera... no solamente he de buscar lo que me gusta, sino que sea lo que sea que haga, hacerlo a gusto me llevará a sentirme a gusto. ¡Y es verdad!
Estaba trabajando en el turno de la tarde y tuve varios momentos hermosos. Salí a la puerta y me encontré el atardecer. Fui a colgar la ropa y cuando estiré las manos arriba para tender unas sábanas me sorprendí mirando el cielo estrellado. Daba igual, hiciera la simpleza que hiciera, el mundo se empeñó en sonreír.
Poco a poco voy haciéndome las rutinas de entrenamientos. En este lugar es difícil no disfrutarlo. Salir a correr con la puesta de sol. Nadar junto a los barcos de San Juan. Surfear entre bancos de jureles gigantes (¡¡¡aquí los xurelos son tamaño atún!!! Si Chiño los viera se atrangantaría del susto).
Un día tenía la tarde triste, pero el mundo se empeñó en sonreír y él sí que sabe hacerme cosquillas. Salí a correr a la playa. No había agua así que sabía que a la vuelta no podría ducharme (¡Bienvenido a Nicaragua! ¡No hay luz ni agua!). Se hizo de noche mientras volvía, y decidí meterme al mar a ducharme. La suavidad de las olas, el calor que solo da tregua cuando el sol se pone, la tranquilidad del final del día... De pronto me vi flotando con un cielo lleno de estrellas. Una luna que va creciendo pedazo a pedazo. Una sonrisa en días de nubes y claros que a veces brilla y otras se desvanece. El fantástico vaivén de sentirme viva.
Uno de mis rincones mágicos de San Juan, Simon Says, una tienda de jugos donde ir a esconderte entre los árboles del patio trasero